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Ya era tiempo: tarde, pero incisivamente, los medios de información han brincado al escenario público, de la misma manera que lenta, pero de manera irremediable, la política tiende a ocupar espacios en los medios. Esta, que es una constante en todo el mundo, había demorado en ser constatada en México.

El proselitismo político, en nuestro país, en otros tiempos, o no era necesario, o se emprendía a través de otros mecanismos. Los medios, a su vez, no tenían necesidad de reflejar este quehacer porque casi nadie se los exigía: ni los actores, que suelen ser los políticos profesionales, ni los espectadores, que suelen ser los ciudadanos a quienes, presuntamente, aquéllos se dirigen. Todo eso está cambiando. En la relación entre política y medios de información ha venido produciéndose una creciente interinfluencia que no deja de ser desigual, pero que se distingue del frecuente distanciamiento entre ambos espacios del ejercicio público que existía en etapas anteriores. La fecha clave, aunque a menudo mitificada para ése, como para tantos otros cambios, fue 1988. En las elecciones federales de julio de ese año, la desigualdad con que la mayoría de los medios informativos trató a las campañas electorales fue uno más de los principales motivos para que, en un efecto contrario al que buscaban, los operadores de los medios y los supuestos beneficiarios de la unilateralidad informativa encontraran rechazos en distintos segmentos de la sociedad mexicana.