View article

El giro epistemológico producido en los inicios de la década de los ochenta en los estudios sobre la nación (entre 1982 y 1983 se publicaron las tres obras que pueden considerarse básicas del nuevo paradigma: Breully, Nationalism and the State; Gellner, Nations and Nationalism; y Anderson, Imagined Communities, Reflections on the Origin and Spread of Nationalism¹) puso en cuestión la idea, hegemónica hasta ese momento, de las naciones como realidades objetivas e intemporales, que fue substituida por la de las naciones como comunidades imaginadas y de carácter inequívocamente moderno. El debate posterior entre modernistas y primordialistas, claramente favorable, al menos por el momento, a los primeros, ha girado, casi de manera exclusiva, en torno a la modernidad de la nación; mucho menos sobre la pervivencia en el futuro de esta comunidad imaginada como forma hegemónica de identidad colectiva en sociedades postmodernas. Este último debate tiene, sin embargo, un gran calado político, tanto desde una perspectiva teórica como practica. Si la nación es una forma específicamente moderna de identidad colectiva, consecuencia y respuesta a